Una obscura sombra alada
al nacer, nació conmigo;
era un fantasma enemigo
que al misterio me ligaba.
Tanto a mi alma atormentaba
que la llevó a la locura.
Vi el infierno y su tortura
toqué el fondo del abismo,
mas conocí el espejismo
de gozarme en la amargura.
A tientas ando el camino,
y por ello me acongojo,
pues a lo oscuro me arrojo
sin encontrar mi destino.
Y del negro torbellino
el turbio enigma no entiendo,
¿es que ciega estoy viviendo?
¿o es que la luz no ha existido?
Será mejor que el olvido
me enseñe a vivir no viendo.
De la negrura más honda
ya mi alma se está formando.
La luz se va proyectando
en la tiniebla que ronda.
Oscuridad tan redonda
ha de llegar a moverse.
Las sombras al extenderse
fulgor transparentarán,
y con su gris humo harán
mi noche desvanecerse.
En estos versos Pita Amor juega con la dualidad luz y oscuridad. Despiden una fuerte carga sentimental que no obstante deja entrever el arrojo de la poetiza al enfrentar y aprender a vivir con su oscuridad, a incluso seguir caminando pese a lo oscuro del sendero que conoce de antemano, a gozarse en la amargura, a aprender a vivir con sus carencias…
Palabras poderosas para aquellos lectores cuya vida se ve rodeada de oscuridad al momento de leerla. Retrata la imposibilidad de vivir en la eterna contemplación esperando que las cosas mejoren, por ello hemos de entregarnos al ciclo: actuar, caer al abismo y esforzarnos por renacer de las cenizas. Dicho ciclo es lo que cada fragmento trata: el primero habla de la oscuridad siempre acechando, enloqueciendo y derribando; el segundo del ímpetu por avanzar en la oscuridad pese a la completa incertidumbre y el tercero de un rayo de luz que aunque no es completamente revitalizante poco a poco irá dispersando las tinieblas.
Con ellos leemos a una Pita Amor tan humana como cualquiera de nosotros...
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